[...] Confesando uno de mis
peores defectos: siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la
gente, sobre todo a la gente amontonada; [...] en general, la humanidad
me pareció siempre detestable. [...] es increíble hasta qué punto la
codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez, y en
general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana
pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada.
Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo, quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosería.
Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo, quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosería.